3 de agosto de 2012

2. LAS PRESENTACIONES FEAS SON NEUROLÓGICAMENTE INSOSTENIBLES.


imagen extraída de GE DATA VISUALIZATION

by SantiPina

        Imagino que llegará el día en que decir que no ves TED te convertirá en un margi. Y además sospecho que ese día no anda lejos. Así que confesaré ahora que es uno de mis canales favoritos.

        Una de las razones por las que me gusta TED es la... Bueno, seamos francos, la principal razón es que lo veo en el ordenador y no tengo que luchar con el mando de la tele contra Clan, Boing, Disney y demás. Pero también porque es una demostración gloriosa, en cantidad y en calidad, de la fuerza que puede alcanzar una persona explicándose delante de otras.

        TED es el espectáculo de las presentaciones. Supongo que hablar allí debe de ser un momento muy especial, como la ceremonia de graduación de tu pequeño powerpoint, digamos.

        Por supuesto que subir a ese escenario no es exactamente lo mismo que bregar con un puñado de encorbatados en cualquier sala de reuniones. De hecho debe de ser tan diferente como representar una pequeña obra de teatro en familia, o intentar sobrevivir en el circo a los leones de otro domador.

        Pero hay tanto que aprender viendo a la gente que habla en TED, independientemente de las cosas que hablan, que ya hablaremos de eso en otro momento.

        Los últimos días hemos estado dando un repaso a las charlas de Nancy Duarte, autora de slide:ology y Resonate y una de las grandes del mundo en presentaciones visuales; también a David McCandless, ídem en la visualización de datos –puedes llamarlo “infografías”, como toda la vida, pero esto también te convertirá en un margi antes o después-, y un poco de Hans Rosling, maestro del anterior y propietario de la frase “dejemos que los datos cambien la forma de pensar”.

        Todos ellos cuentan cómo la forma de exponer los hechos con sencillez, claridad narrativa y –literalmente en los tres casos- belleza, condiciona la forma en que estos hechos son percibidos y, aún mejor, se convierten en herramientas para conseguir seguidores.

        Conseguir seguidores no es un asunto bíblico. Tampoco es exclusivo de la política o el marketing. Conseguir seguidores es lo que hacemos casi todos, cada día, en nuestro trabajo. Debería decir también que en nuestra vida familiar, pero después de confesar lo del mando de la tele me siento aún menos creíble en ese campo que en el otro...

        En “The beauty of data visualization”, McCandless explica (apoyado del oportuno gráfico, claro) un asunto que han tratado ya un buen puñado de neurocientíficos y que en facts:brands entendemos clave para preparar una buena presentación:

        Anatómicamente, físicamente y, por tanto, inevitablemente, el sentido de la vista es el más rápido de todos. Al cerebro le llega mucho antes la información visual que la auditiva, y muchísimo antes que todas las demás. Esto es una responsabilidad y una carga de trabajo grande para nuestros ojos, que además se ven sometidos a una cantidad de estímulos mucho mayor que el resto de los sentidos. En realidad la carga no es tanto para nuestros ojos sino para la parte de nuestro cerebro que se ocupa de gestionar toda esa información. Y aunque nuestro ojos no sean mucho más que un par de bolas con terminaciones nerviosas, desde luego nuestro cerebro no es estúpido. Por eso, que nuestra vista sea especialmente sensible implica, para no tararnos, que sea a la vez especialmente exigente. Nuestra vista dedica muchos más esfuerzos a descartar información inútil, que a asimilar la que puede sernos de interés (es gracioso: los humanos estamos genéticamente programados para no hacernos el más mínimo caso).

        Así las cosas, McCandless aporta tres pistas también puramente fisiológicas que nos pueden ayudar a hacernos atender y entender: en ese lamentable trabajo de tirar al cubo de la basura casi todo lo que vemos, nuestro cerebro es especialmente sensible a las variaciones de color, de forma y de patrón. Y esto es tremendamente útil para preparar una buena presentación.

        Refiriéndose a los datos, dice que “todos exigimos un rasgo visual a la información”. Pero si pasamos de los datos a los conceptos, las ideas, los proyectos, las historias que queremos contar, podríamos decir que todos exigimos un rasgo diferencial a la información. Es decir, exigimos inconscientemente que el tipo que está hablando delante de un powerpoint sea capaz de romper el patrón de una diapo tras otra cargadas de textos y textos. Que consiga poner delante de nuestros cerebros, no-estúpidos, imágenes suficientemente llamativas, que exploten eficazmente el poder de la comparación visual y, por qué no, de la descontextualización (contrariamente a la obsesión de tantos encorbatados por la representación de “nuestra marca” y las imágenes fieles a la actividad de la compañía siempre y en todo). Que sepa vadear la historia que todos esperaban escuchar cuando entraron en la sala. O que gestione en sus esquemas formas y colores para convertirlos en representaciones claras, sencillas y –literalmente- bellas.

        David McCandless se dedica en exclusividad y con pasión al diseño de infografías, a la visualización de datos. Tanto, que le invitan a hablar en TED igual que a Nancy Duarte y a Rossling, pero también igual que a Isabel Allende, Al Gore, Bill Gates, Stephen Hawking, James Cameron, Antonio Damasio... Con ello quiero decir que, en el intento por entender el mundo y en la ilusión por mejorarlo, la forma de contar las cosas también es importante. Por supuesto, la mayoría de nosotros no podemos dedicar a preparar una presentación el tiempo, el equipo humano, la tecnología ni, posiblemente, el talento que puede dedicar a ello McCandless. Pero sí podemos intentar hacerlo un poco mejor, porque eso puede ayudar a mejorar un poco nuestra pequeña parcela de mundo, ¿no?

10 de marzo de 2012

1. EN DEFENSA DEL POWERPOINT (o lo que sea).



by SantiPina

          Hasta hace días mis padres no tenían Internet en casa. Tenían todo lo demás: televisión con cientos de canales, teléfono fijo, móvil... Y lo tenían todo contratado con el mismo operador y al mismo precio por el que podrían tener el adsl. Pero no lo activaban.

       La razón era simple: mis padres estaban convencidos de que Internet era, más o menos, una herramienta del diablo. Una puerta abierta para que entraran en su hogar la pornografía, el terrorismo, sectas y otros muchos males que, bien pensado, jamás habrían tenido el menor interés en cruzar esa puerta.

         Sin embargo, y gracias a la insistencia de mi hermana, el 5 de enero de 2012 llegó el primer mail que mi madre escribía en su vida: “hola chicos”. Fue emocionante. Imaginé que habría sido como el primer baño en la playa de alguien que sólo ha visto del mar documentales sobre tiburones. Evidentemente, mi madre no inauguró su conexión a Internet tecleando en el buscador “sexy brunette” ni twiteando su cuenta bancaria o la receta de una bomba química. Así que no vio, no creo que lo haga nunca, el menor rastro del diablo.

       ¿Por qué tenemos la costumbre de juzgar a las herramientas por lo que hacemos con ellas? Es como pensar que lo único que se puede hacer con una sierra mecánica es La Matanza de Texas. O como pedir la cabeza de Bob Gaskins y Dennis Austin por haber desarrollado a mediados de los ochenta un software llamado Presenter, poco después rebautizado como Power Point.

      Ya puestos, personalmente preferiría pedir la cabeza de todos los que escriben libros de autoayuda. Empezando por Dale Carnegie y terminando por un tipo llamado Matthias Poehm que, en el verano de 2011, lanzó su enésimo libro en la línea “conviértase en un ponente magistral” bajo el disfraz de un supuesto Partido Anti-PowerPoint y la promesa de que saldría elegido como cuarta fuerza de gobierno en las elecciones generales suizas.

      Poehm había hecho cálculos sobre cuántas horas se pierden en Europa asistiendo a insoportables presentaciones de diapositivas. Y luego había sumado cuánto dinero significaba esa pérdida para todas las empresas del continente: 110 billones de euros al año. Impresionante. Pero si aceptamos esto como argumento para ilegalizar el PowerPoint, creo que la fórmula que les llevó a esa cifra debería bastar para prohibir las Matemáticas.

      Es innegable que la mayoría de las presentaciones de diapositivas están mal hechas, no aportan un gramo de entusiasmo al equipo y, muchas veces, no solo minan la motivación sino también la paciencia de quienes las sufren. En definitiva, lo mismo que pasa con la mayoría de las presentaciones sin diapositivas.

      Ese es el principal problema, pero no del PowerPoint sino de su uso: los apoyos visuales son una herramienta para apoyar visualmente un discurso y no son, como ocurre en tantas ocasiones, un escondite para la falta de discurso. Probablemente porque nadie se ha preocupado, en ningún punto de la línea que va desde la Educación Infantil hasta la Santa Jubilación, de potenciar la capacidad de comunicación de las personas para exponer sus ideas, estructurar un discurso, intercambiar conocimiento de una forma civilizada o, en definitiva, intentar convencer a alguien de algo.

        El segundo problema es, en buena medida, consecuencia del primero: confundimos un archivo con un trabajo y ya el trabajo se ha convertido en hacer un archivo. El .ppt es ahora un fin en si mismo. Ya no se piden reflexiones, soluciones, ideas o análisis. Los jefes, y de forma más preocupante cada vez más profesores, piden powerpoints. ¿El resultado? Que un buen trabajo es un pepeté cuyo peso permite ser enviado por email, y un trabajo excelente es un pepeté cuyos megas han de ser transportados en pendrive.

       El tercer y último problema es la traslación equívoca de gratuidad. Para entendernos: el hecho de que te regalen un caballo no te convierte en jinete. Nuestro hecho es que el programa está a nuestra disposición, aparentemente gratis. Vas a trabajar a cualquier empresa de cualquier sector y, sea cual sea tu puesto, el PowerPoint está instalado en tu ordenador. Forma parte del paquete de Microsoft, compartiendo su existencia con otros programas aparentemente gratuitos como Word, Excel, Outlook y Access, sirva para lo que sirva este último. Y que un software sea gratis, o lo parezca, no significa que darle un buen uso también lo sea. No me refiero a una inversión de dinero (aunque en facts:brands estamos muy a favor), sino sobre todo de tiempo: el tiempo que lleva conocer en profundidad la aplicación y algunas otras que la complementan, pero también ese tiempo que no se está dedicando a preparar una buena presentación antes de ponerse a colorear el .ppt; o el que no se está dedicando a los demás, es decir a la gente que va a ver y escuchar esa presentación; y el que tampoco se está dedicando a analizar un poco qué funciona y qué no como apoyo visual de un discurso.

        PowerPoint, Keynote, Flash, o cualquier otro sistema que permita apoyar visualmente la explicación de asuntos útiles, incluyendo un rotulador negro pintando en un flip-chart o una tiza blanca escribiendo en la pizarra, son herramientas creadas para ayudar a avanzar a empresas y personas. Deberían usarse para eso y es una pena que su mal uso esté tan extendido. Pero esto también es una oportunidad para que una buena presentación sea aún más eficaz, aunque solo sea por la sorpresa. Y puede hacerse.

        La noticia del Partido Anti-PowerPoint nos llegó pocos días después de que Armando, Javier y yo decidiéramos empezar a tomarnos en serio lo que bautizamos como comunicación corporativa de hechos, y ya sabíamos que parte de esa comunicación necesita urgentemente otra forma mejor de entender las presentaciones con apoyos visuales.

        Así que nos pareció bien lo de Matthias Poehm, porque el ruido a menudo anuncia la oportunidad. En cualquier caso, tres meses después las elecciones suizas no dejaron ni rastro de su partido. Las ganó el ultraderechista SVP, también conocido como Partido Anti-Inmigración o Partido Anti-Minaretes. Cada cual le pinta al diablo las herramientas que mejor le vienen.